11 de octubre de 2013

Réquiem por un sueño

"La experiencia de los siglos prueba que el lujo anuncia la decadencia de los imperios" Francis Bacon

Fundada en 1701 por el francés Antoine de la Mothe Cadillac, es una de las ciudades más antiguas de la región central de los Estados Unidos y la más grande en el estado de Michigan. En este breve intervalo de tiempo ha evolucionado desde un pequeño puesto de comercio de pieles de Nueva Francia a ser una potencia industrial de primer nivel y cuarta ciudad más grande de América a mediados del siglo XX, para finalmente convertirse en los inicios del siglo XXI en una ciudad fantasma.

Fuente: internacional.elpais.com

Es la ciudad que una vez fue anunciada como el París del Medio Oeste por sus lujos cosmopolitas, su monumental arquitectura de finales del siglo XIX, sus anchos bulevares y las amplias vistas del río Detroit. En sus días de esplendor, esta metrópoli conocida como Ciudad del Motor, era la idealización del sueño americano. Incluso fue apodada City of Champions por el gran éxito laboral de sus habitantes a principios del siglo XX.

En 1913, el fabricante de automóviles Henry Ford, inventó la primera línea de montaje a gran escala. Un hito que sin duda fue el desencadenante de los años dorados de este sector y que propició el nacimiento de otras marcas como Cadillac, Chevrolet o Dodge. En pocos años, Detroit estaba a punto de convertirse en la capital mundial del automóvil y la cuna de la moderna producción en masa. Por primera vez en la historia, la riqueza estaba al alcance de la gente corriente. Rascacielos monumentales y barrios de lujo transformarían la ciudad en una de las más importantes del mundo, en el faro deslumbrante del éxito. Miles de inmigrantes llegaron para encontrar un trabajo. El crecimiento fue espectacular. A principios del pasado siglo el censo de la ciudad era de 285.000 habitantes. En 1950, su población aumentó a casi 2 millones de personas pasando a ser la cuarta ciudad más grande de Estados Unidos.


Henry Ford. Fuente: forocoches.com

Detroit dio a luz a la producción en masa, la automoción, el refrigerador, los guisantes congelados, los altos salarios de cuello azul, la propiedad de la vivienda y el crédito a gran escala. El automóvil trasladaba a la gente más rápido y más lejos. A principios de los años 50, una combinación de cambios en la tecnología, el aumento de la automatización, la consolidación de la industria automotriz, las políticas fiscales, la necesidad de diferentes tipos de espacio de fabricación, y la construcción de la red de carreteras que facilitó el transporte, reubicaron a muchas fábricas en la periferia. La clase media empezó a abandonar el centro de la ciudad para ir a los nuevos pueblos suburbanos que se construían de forma masiva. 

En 1967, las tensiones sociales estallaron en uno de los disturbios urbanos más violentos de la historia norteamericana. La ciudad se asemejaba tras los choques con la policía a una zona de guerra. El resultado de los altercados fue de 43 muertos, 1.189 heridos, 7.200 detenciones y más de 2.000 edificios destruidos. Una historia racial complicada, una distribución urbana dividida en guetos étnicos y socioeconómicos, y la clase alta blanca huyendo a las afueras (whiteflight). Detroit experimenta un proceso de descentralización y se convierte en una ciudad rota. El éxodo acelerado de la población fue la causa de que barrios enteros comenzaran a desaparecer. 

Dicen que la decadencia de la ciudad comenzó con los disturbios raciales, aunque en realidad tuvo más que ver con el lento declive de la industria de la automoción. En cierto sentido, la historia de Detroit es la historia de Norteamérica. Los tres grandes fabricantes instalados allí, General Motors, Ford y Chrysler comenzaron a abrir fábricas en otros lugares, donde los sindicatos no eran tan poderosos y la normativa laboral mucho menos exigente, deslocalizando gran parte de su producción. Con ello aumentó la deuda, y se redujeron los puestos de trabajo, que no pudieron ser absorbidos por otros sectores. Al mismo tiempo, la clase media blanca al abandonar el centro de la ciudad y dispersarse a los suburbios, encareció los servicios públicos, diseminados ahora en un área mucho mayor.

Detroit, capital industrial del siglo XX, desempeñó un papel fundamental en la configuración del mundo moderno. La lógica que creó la ciudad también la destruyó. Las ruinas de la ciudad se han convertido en un componente natural del paisaje. Detroit presenta todos los edificios arquetipo de una ciudad estadounidense en un estado de momificación. Sus monumentos en descomposición son para un explorador urbano, los restos del paso de un gran imperio.

Fuente: republica.com

La ciudad más importante del Estado de Michigan ha pasado de ser la cuarta del país en población en la década de los 50 con 1.850.000 habitantes, a ser la decimoctava con apenas 700.000 residentes, lo que resulta ser una disminución devastadora para una ciudad planeada en un sistema capitalista basado en la expansión constante para optimizar la producción industrial y el consumismo. El declive se ha acelerado especialmente en el nuevo siglo. Desde 2000, Detroit ha perdido casi un tercio de su población, lo que ha convertido a muchas zonas urbanas en barrios fantasmas y ya son entre 70.000 y 80.000 las viviendas vacías en la ciudad.

Entre sus abandonos, se encuentran infinidad de teatros y cines que en el siglo XX, tras el desarrollo de la industria del entretenimiento, se construyeron por toda América del Norte. La ciudad hoy en día, camina en el borde de la civilización moderna, cayendo inexorablemente en el caos total. Calles descuidadas, bloques enteros de casas se han derrumbado sobre sí mismas y barrios enteros están rodeados de malas hierbas. Se ha convertido desde hace pocos años en centro de atracción casi turística para la fotografía de los espacios urbanos en decadencia, un gran laboratorio urbano, donde proyectos experimentales poco a poco levantan los cimientos de una ciudad que quedó olvidada y perdida en un letargo del mercado global.
El sueño americano de la ciudad perfecta, económicamente sostenible, planeada para el perfecto funcionamiento de los modelos de producción ha mostrado su insuficiencia ante un entorno cambiante. Al imponerse un modelo de desarrollo urbano óptimo para la producción industrial, se obviaron aspectos sociales e históricos. Las ciudades modernas están en constante transformación y renovación, pero Detroit se ha visto devorada por los diversos cambios productivos, económicos y sociales.

El hundimiento y decadencia de Detroit nos ofrece una visión real de las consecuencias de acciones irresponsables y cortoplacistas. El peligro de depender de una sola industria o sector en materia económica, las malas políticas públicas de los gobiernos locales que no vieron venir el monstruo, la corrupción que consume los pocos recursos disponibles y un gasto excesivo en obras faraónicas. Es el ejemplo paradigmático de la ciudad que alcanzó una escala de operación y funcionamiento que no se puede sostener más allá del ocaso de los combustibles fósiles baratos. Mega-estructuras grandiosas que se ahogan en costes y la necesidad de suministro de los recursos energéticos para su viabilidad.


Grand Central Station Michigan. Fuente:forumosa.com

En palabras del periodista y escritor Charlie Leduff, autor del libro "Una autopsia americana" dedicado a su ciudad natal, “Detroit es la ciudad americana por excelencia. Fue la vanguardia durante nuestro ascenso y es la vanguardia durante nuestro descenso”.

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